“Prefiero Morir”, Dijo la Cautiva Cuando el Vaquero Pagó Tres Dólares

Prefiero morir”, dijo la cautiva cuando el vaquero pagó $ en el desierto de Sonora, donde el sol quema la piel y el viento arrastra los secretos de los muertos, el año de 1887 marcaba el fin de una era. Los apaches, acorralados por el ejército mexicano y los rancheros yankeis, se habían replegado hacia las sierras, pero no todos.

En el pueblo fantasma de San Lázaro, a orillas del río Seco, un grupo de vaqueros tejanos había montado un mercado improvisado, esclavos indios capturados en las últimas racias. El aire olía a cuero curtido, pólvora y sudor de caballo. Los hombres, con sombreros anchos y revólveres al cinto, formaban un semicírculo alrededor de una tarima de madera podrida.

En ella, atada con cuerdas de cáñamo, estaba Nisoni, una joven apache de la tribu Chirica. Su rostro, pintado con ocre rojo y negro no mostraba miedo, solo desprecio. Sus ojos, oscuros como la noche sin luna, desafiaban a cada hombre que la miraba. El subastador, un vaquero llamado Yoojo de Cuervo Malone, escupió tabaco al suelo y alzó la voz ronca.

por esta apach. Fuerte como un coyote, silenciosa como la muerte, ideal para el rancho o para lo que gusten. Un murmullo recorrió la multitud. Era una miseria. Un caballo cojo valía más. Pero Nissony no era una mula, era una guerrera. Su padre había sido cuchillo sangriento, el jefe que diezmó tres patrullas mexicanas antes de caer.

Su madre, estrella de fuego, había envenenado pozos y quemado carretas. La sangre de los luchadores corría por sus venas. Un vaquero joven, de barba rojiza y ojos cansados dio un paso al frente. Se llamaba Tomás el Tejano Rivera. Mexicano de nacimiento, pero criado en Texas, hablaba español con acento fronterizo. Sacó tres billetes arrugados y los puso en la mano de Malone.

“La compro”, dijo sec. Nisson lo miró. No era como los demás. No reía, no babeaba. Sus manos temblaban ligeramente al contar el dinero, pero cuando Malone intentó empujarla hacia él, ella escupió al suelo y habló en Apache. Prefiero morir. El silencio cayó como una losa. Malone soltó una carcajada. Escucharon eso? La India tiene orgullo.

Dijo y golpeó la tarima con su bota. Pero $ son $3. Llévatela, tejano. Tomás desató las cuerdas con cuidado, como si temiera romper algo frágil. Ni Sony no se movió. Cuando él intentó tomarla del brazo, ella se zafó y caminó sola, erguida hacia el caballo de Tomás. Los vaqueros silvaron. Uno gritó. Cuidado, tejano.

 

Esa te corta el cuello mientras duermes. Tomás no respondió. Montó a Nison detrás de él, atándole las manos al cuerno de la silla. Cabalgaron hacia el oeste, dejando San Lázaro atrás. El sol caía como plomo derretido. Durante tres días no hablaron. Tomás le daba agua y carne seca. Ella comía sin mirarlo.

La cuarta noche acamparon junto a un arroyo seco. Tomás desató sus manos para que bebiera. Ella se quedó quieta observando las estrellas. ¿Por qué me compraste? Preguntó de pronto en español con voz clara como el cristal. Tomás se sobresaltó. No esperaba que hablara su idioma porque no quería que T se detuvo. No sabía cómo decirlo.

Violaran, vendieran como ganado. Terminó ella con desprecio. $. Mi vida vale $ para ti. Vale más, dijo él y su voz tembló. Pero era lo que tenía. Nissoni lo miró largamente. Mi nombre es Nissoni. Significa hermosa, pero para ti soy una esclava. No, dijo Tomás. Eres libre de irte cuando quieras. Pero si te vas ahora, los rancheros te casarán.

O los soldados o los apaches que te rechazarán por haber sido tocada por manos blancas. Ella apretó los labios. Sabía que era verdad. Al día siguiente llegaron al rancho de Tomás, una choa de adobe en las afueras de un cañón. No había ganado, no había jornaleros, solo un viejo caballo y un perro cojo. Tomás vivía solo desde que su esposa murió de fiebre dos años atrás.

“Puedes dormir dentro”, dijo. “Yo dormiré en el corral.” Nisson entró. La chosa olía a humo y soledad. En la pared colgaba un rifle Winchester y un retrato desído de una mujer sonriente. La esposa. Esa noche mi Sonia afiló un cuchillo de cocina contra una piedra. Tomás la vio desde la puerta, pero no dijo nada. Los días pasaron.

Ella cocinaba, él trabajaba la tierra. Hablaban poco, pero una tarde, mientras reparaba una cerca, Tomás encontró una flecha clavada en un poste. Luego otra y otra. Nos vigilan dijo Nisson sin miedo. Son de mi tribu. Creen que me deshonraste. Tomás palideció. ¿Qué hacemos? Nada. Si me quieren de vuelta, vendrán por mí. Si no, me matarán.

Esa noche los apaches atacaron. Eran seis pintados de guerra, liderados por Tasa el joven primo de Nissoni. Tomás disparó el rifle desde la ventana. Nisony, en cambio, salió al patio con el cuchillo en la mano. Ta, gritó en apache. Soy Nissoni, hija de cuchillo sangriento. No me toques. Tasa bajó el arco.

Has yacido con el blanco. Estás muerta para nosotros. No he yacido con nadie, respondió ella. Él me compró para salvarme. Pagó $3 por mi vida. Eso es lo que valgo para mi pueblo. Tasa vaciló. Los otros guerreros murmuraron. Tomás salió entonces con las manos en alto. Llévensela si quieren, pero déjenme decir algo. Miró Anisoni.

Te compré con $ porque eran los únicos que tenía. Pero desde ese día he ahorrado cada centavo. Tengo $100 escondidos bajo el piso. Son tuyos. para que compres tu libertad o para que regreses con tu tribu o para que te vayas lejos. Tú decides. Nissoni lo miró. Por primera vez sus ojos se suavizaron. Tasa habló.

Si no la has tocado, pruébalo. Duerme fuera esta noche. Ella dentro. Si al amanecer no hay sangre en las sábanas, te creeremos. Tomás asintió. Pasó la noche en el corral bajo las estrellas. Nói dentro con el cuchillo bajo la almohada. Al amanecer, Tasa revisó las sábanas. Estaban limpias. Es verdad, dijo. Pero no puedes quedarte con ella.

Los ancianos no lo permitirán. Ni Sony se levantó. Entonces me iré con ustedes. Pero no como cautiva, como guerrera. Y él miró a Tomás. Vendrá conmigo. Tomás parpadeó. Yo con los apaches pagaste por mi vida. Ahora yo pago 100 por la tuya. Ven. O quédate y muere cuando vengan los soldados. Tasa sonrió por primera vez.

El blanco tiene valor. Que venga. Tres días después, el rancho ardió. Los soldados mexicanos llegaron buscando a Paches. Solo encontraron cenizas y un letrero clavado en la puerta. Prefiero morir libre que vivir esclavo. Ni Sony y Tomás. En las sierras la leyenda creció. Decían que una Apache y un vaquero vivían juntos cazando siervos y robando ganado a los ricos.

Que ella le enseñó a rastrear, él le enseñó a leer. Que nunca se tocaron, pero nunca se separaron. Y en las fogatas los ancianos contaban la historia. Un hombre pagó dólares por una vida. Ella pagó 100 por su alma y juntos valieron más que todo el oro de Sonora.